miércoles, 29 de mayo de 2013

El brigadista homosexual








LA HISTORIADORA BRITÁNICA HELEN GRAHAM ANALIZA LA VIOLENCIA EN LA GUERRA CIVIL


“Bill Aalto, el chico de clase obrera norteamericano-finlandés del Bronx estaba a punto de cumplir 22 años cuando fue reclutado por las Brigadas Internacionales para unirse a las fuerzas guerrilleras republicanas”. La historiadora británica Helen Graham recupera la vida de Bill Aalto, un chico cualquiera en la Guerra Civil española para entrar en el fondo de las historias anónimas que zurcieron “un conflicto en el que los civiles se convirtieron en los objetivos de las matanzas”.
Catedrática de Historia contemporánea de Europa en Royal Holloway, Universidad de Londres y especialista en la contienda realiza un retrato nada complaciente con la violencia franquista, en el libro La guerra y su sombra. Una visión de la tragedia española en el largo siglo XX europeo (Crítica). “Incluso en zonas donde no hubo resistencia armada al golpe, las nuevas autoridades militares autorizaron y condujeron una política de exterminio de los sectores asociados a las transformaciones republicanas, que fue llevada a cabo principalmente por “escuadras de la muerte” formadas por voluntarios civiles”, explica.
Era un muchacho fuerte, inteligente y despabilado que llegó a ser capitán de guerrilla y salió de España con la distinción más alta que se le concedió a un miembro de la Brigada Lincoln. Aalto murió en 1958 y su historia solo ha llegado hasta nosotros a través de un tercero, a modo de esbozo biográfico, escrito por un amigo suyo y titulado A Hero of the Left (Un héroe de la izquierda). Donó una copia de aquel manuscrito al Archivo de la Brigada Abraham Lincoln.
Generación derrotada
Helen Graham trabaja en la actualidad en un libro compuesto por una serie de biografías entrelazadas en la negra Europa de mediados del siglo XX titulada Lives at the Limit (Vidas al límite), y uno de los protagonistas es Bill Aalto, del que traza un rápido y dramático retrato en el libro que acaba de llegar a las librerías. En su próximo proyecto analiza “el impacto social y existencial de la derrota republicana en una generación de personas progresistas, al igual que, de forma más amplia, en las ideas de progreso social y político”.
El desencadenante de la historia: en la primavera de 1940, Irving Goff (amigo, brigadista y organizador del Partido Comunista en el sur de los EEUU) y Aalto hacían una gira de propaganda por campus universitarios, de lado a lado del país, para hablar en favor de la España republicana, sus presos y refugiados. Un día, mientras esperaban en un coche a su conductor cerca del campus de la Ohio State University –recuerda la historiadora- Bill le contó a Irving “de forma bastante brusca” que era homosexual.
Habían compartido una experiencia cercana a la muerte, seguían siendo amigos y participaban de una vida dedicada al activismo político. “Pero era 1940 y no los años setenta y Bill estaba revelando algo que le hacía vulnerable, no porque él se sintiera incómodo con su sexualidad, sino porque esta le hacía ilegal”, cuenta la investigadora. De esta manera Bill rechazaba las reglas. Había luchado en España a favor de una nueva vida y un nuevo proyecto progresista. La vida tenía que cambiar, él debía ser aceptado tal cual era más allá de la convención social.
Bill buscó constantemente respuestas sobre la construcción social de las categorías de lo público y lo privado. Durante el resto de su vida reprendía a sus amigos con el siguiente estribillo: “Tú eres de fiar, pero ves la vida pequeña”. Después de pasar por España y luchar por ella estaba dispuesto a no hacerlo. Y sin embargo, el género y la sexualidad fueron una frontera que la vieja izquierda de los años treinta no se atrevió a cruzar. “Iba demasiado lejos para ellos”, apunta Graham. Para la historiadora, el difícil viaje de la posguerra española y la derrota republicana dejó a los brigadistas “sin ningún lugar en el mundo en el que estar”. Salvo, en muchos casos, los campos de exterminio nazi.
Crisis y desmemoria    
En uno de los ejercicios historiográficos más pulcros aparecidos en los últimos años, Graham aclara que las matanzas en la zona republicana resultaron“devastadoras para la reputación internacional de la República”. Recuerda que fueron asesinadas casi 50.000 personas y el gobierno fue incapaz de evitarlas durante un tiempo, “porque el golpe había colapsado sus instrumentos de orden público”.
La visión de la historiadora inglesa sobre la política de la cicatrización de la guerra y la investigación de los hechos es desoladora. Cree que en España existe un ascenso de los mitos ultranacionalistas que, a pesar de que sus creyentes ideológicamente convencidos son una minoría, “está siendo facilitado por el bloqueo a la oleada de memoria, a pesar de la llamada ley de memoria histórica aprobada en 2007”. Y señala un hito en el retroceso de esta norma y de la voluntad política: después de la “estelar derrota de Garzón”.
Graham, que fue catedrática visitante de Cultura y Civilización Española en el Centro Rey Juan Carlos I de la Universidad de Nueva York, analiza cómo esta desmemoria de nuestros días es la consecuencia de una Transición que pidió a sus ciudadanos “abandonar el pasado y mirar hacia delante”, con la promesa de crecimiento económico y abundante consumismo. “El consumismo fue presentado como una alternativa a la memoria democrática en sí misma”, sentencia.
Limpieza purificadora
Autora de Breve historia de la Guerra Civil (Espasa, 2006) –del que vendió más de 50.000 ejemplares en su edición en inglés en Oxford University Press-, señala un mecanismo sorprendentemente similar entre los sucesos desplegados por los militares rebeldes en España en 1936 y en los años ochenta y primeros noventa del mismo siglo durante las guerras yugoslavas, cuando se forjó una nueva memoria y una nueva identidad nacional serbia a partir de la misma “movilización mítica”.
La agresión original se plantea como una “solución duradera”. “Tanto en la causa franquista como en la serbia, implicaba un intento de crear una comunidad nacional homogénea dentro del territorio que controlaban”. De esta manera, Graham destaca que la dictadura se presentó como una extensión de la Guerra Civil dispuesta a construir una “comunidad nacional monolítica por medio de la extirpación violenta de las identidades culturales y políticas republicanas”.
Advierte Graham que con el pretexto de la actual crisis económica que lo envuelve todo “surge un escenario alternativo en el cual los miedos a un futuro económico incierto a la vista de la crisis bancaria internacional y los altos niveles de desempleo juvenil, pueden armar, en España y en otros lugares, una política ultranacionalista intransigente y socialmente intolerante, cuyas consecuencias, aunque el discurso político sea moderno y aceptable, serían impredecibles y potencialmente mortíferas”.
Quizás la distancia hace de su visión, tan certera sobre un país al que ha escudriñado cada una de sus esquinas, un vaticinio improbable. O quizás sea la distancia la virtud para analizar sin el defecto fatal del partidismo la reforma más urgente de este país y de la vieja Europa: “Uno de los desafíos más urgentes del siglo XXI es encontrar los caminos efectivos para evitar la mitificación de nuestros miedos”.  

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